Imagina el bullicio de Roma, los sonidos de la ciudad que te envuelven, el sol caliente en tu piel. De repente, das un paso y todo cambia. Entras en la Basílica de Santa Práxedes y es como si el mundo exterior se disolviera. El aire se vuelve instantáneamente más fresco, más silencioso. Tus pies, acostumbrados al adoquín irregular de las calles romanas, notan el cambio: el suelo de la entrada es de losa lisa, grande y fresca, que se extiende ante ti, invitándote a avanzar. Es un camino amplio, sin obstáculos, que te acoge de inmediato, una bienvenida tranquila.
Una vez dentro, el camino principal te guía directamente por la nave central. Sientes cómo el espacio se expande a tu alrededor, alto y majestuoso. El suelo aquí es de mármol pulido, liso y continuo, lo que facilita un avance constante y fluido. No hay escalones ni desniveles bruscos. A tus lados, columnas robustas se alzan, marcando el sendero, creando una sensación de dirección clara y definida. No te empujan, pero te invitan a seguir adelante, como faros silenciosos que te llevan hacia el altar mayor, atrayéndote con una fuerza invisible.
Si decides explorar, los pasillos laterales se abren a cada lado de la nave. El suelo sigue siendo liso, pero el espacio se estrecha un poco, haciéndote sentir más recogido, más íntimo. Aquí, el eco de tus propios pasos se vuelve más perceptible, y el aire puede sentirse un poco más denso, cargado de historia. Estos pasillos te conducen a pequeñas capillas, cada una como un pequeño santuario. Para entrar en ellas, el suelo permanece al mismo nivel, sin cambios bruscos, pero las entradas son más angostas, invitándote a reducir la velocidad, a sentir la transición a un espacio más contenido. La famosa Capilla de San Zenón, por ejemplo, es un rincón luminoso donde el suelo sigue siendo suave bajo tus pies, pero el ambiente te envuelve por completo.
A medida que te acercas al final de la nave principal, el camino se eleva suavemente. Es una rampa casi imperceptible que te lleva hacia el presbiterio y el altar mayor, dándote una sensación de ascenso, de acercamiento a lo sagrado. El suelo de mármol sigue siendo uniforme, facilitando este movimiento ascendente. Debajo del altar, si bajas a la cripta, sentirás un descenso suave por unos escalones bien definidos, no muy pronunciados. El aire allí es más frío, más antiguo. El suelo de la cripta es de piedra, a veces un poco más irregular que el mármol pulido de arriba, pero sigue siendo firme y claro bajo tus pies, permitiéndote explorar este espacio más íntimo sin dificultad.
Para moverte sin problemas, ten en cuenta que los caminos principales son muy accesibles, con suelos lisos. Las capillas laterales no suelen tener escalones, pero sus entradas son más estrechas, así que tómatelo con calma. Si vienes a primera hora de la mañana, sentirás la basílica casi para ti solo, lo que realza la experiencia. No hay tarifas de entrada, pero siempre es bueno dejar una pequeña donación para el mantenimiento. Y recuerda, como en todas las iglesias de Roma, cubre tus hombros y rodillas para respetar el lugar.
¡Que disfrutes cada paso!
Marco viajero.