¿Me preguntas qué se siente al visitar la Casa de Ana Frank? No es solo un museo, amiga, es un viaje al pasado que te envuelve por completo. Imagina que estás en Ámsterdam, los canales tranquilos y el aire fresco te acarician la cara. Caminas por el Prinsengracht, un canal que ha visto siglos de historias, y de repente, ahí está. No hay grandes letreros, solo un edificio sobrio y digno, casi fundiéndose con los demás. Sientes una quietud que te rodea, a pesar del murmullo de la ciudad. Es como si el aire mismo se volviera más denso, cargado de respeto y una silenciosa anticipación. Tus pasos se hacen más lentos, casi sin querer, mientras te acercas a la entrada.
Una vez que cruzas el umbral, el bullicio de la calle se desvanece. El suelo de madera cruje suavemente bajo tus pies, un sonido que te conecta inmediatamente con el pasado. El aire aquí es diferente, más denso, con ese olor a madera vieja y a historia acumulada. Escuchas voces, pero son susurros, un eco de reverencia que te invita a bajar la tuya. La luz es tenue, filtrándose por las ventanas, y tus ojos se acostumbran lentamente a la penumbra. Te encuentras en los espacios de la oficina, donde los empleados de Otto Frank trabajaban. Sientes el frío de las paredes y la estrechez de los pasillos, una primera pincelada de la vida que se llevaba aquí.
Luego, la ascensión comienza. Subes escaleras empinadas, un tramo tras otro, cada escalón de madera pulida por incontables pies. Sientes la barandilla fría bajo tu mano mientras te impulsas hacia arriba. Y entonces, llegas al punto clave: una estantería giratoria, maciza, de madera oscura. Es más que un mueble; es un portal, una puerta secreta que se abre a otro mundo. Cuando la ves, un escalofrío te recorre la espalda. La estantería se mueve, revelando el pasaje estrecho y oscuro. Sientes que el corazón te da un vuelco al cruzar ese umbral invisible, dejando atrás el mundo conocido para entrar en un espacio que fue un escondite de vida y esperanza.
Una vez dentro del Anexo Secreto, el silencio se vuelve casi absoluto, solo roto por el suave murmullo de otros visitantes. Las habitaciones son pequeñas, cada una con una ventana sellada o apenas visible, por donde se filtraba una luz débil. Puedes casi sentir la opresión, la necesidad de no hacer ruido, de no ser descubiertos. El aire es denso, como si el tiempo se hubiera detenido. Imagina que pasas por la cocina compartida, el baño minúsculo. Cada paso que das en esos suelos de madera resonaría en el silencio de la noche para los que vivían allí. Sientes la historia en tus dedos al tocar las paredes, la crudeza de la supervivencia en cada rincón.
Cuando entras en la habitación de Ana, es un momento íntimo. El espacio es diminuto, pero está lleno de su presencia. Puedes casi visualizarla sentada en su escritorio, escribiendo, susurrando sus pensamientos a ese diario. En las paredes, si te fijas, encontrarás marcas y recortes que ella misma pegó: imágenes de estrellas de cine, de la realeza. No son solo fotos; son ventanas a sus sueños, a su juventud, a su necesidad de belleza y normalidad en medio del encierro. Sientes la resiliencia, la fuerza de su espíritu, tan vibrante y lleno de vida a pesar de la oscuridad que la rodeaba. Es un contraste abrumador entre la estrechez física del lugar y la inmensidad de su mundo interior.
Al salir del Anexo, la sensación es de liberación, pero también de una profunda melancolía. Pasas por las exhibiciones que muestran fragmentos de la vida de los escondidos, citas de su diario, y testimonios de quienes los ayudaron. No son solo datos; son voces que te hablan directamente al corazón. Sientes el peso de la historia, la injusticia, pero también la increíble capacidad del espíritu humano para la esperanza y la bondad. El aire exterior, cuando finalmente sales, se siente diferente, más libre, y el ruido de la ciudad vuelve a tus oídos con una nueva perspectiva. La visita te deja con un eco, una reflexión que te acompaña mucho después de haberte marchado.
Un consejo práctico, amiga: reserva tus entradas online con mucha antelación, es esencial y la única forma de asegurar tu visita. No hay venta en taquilla. Intenta ir a primera hora de la mañana o a última de la tarde para evitar las mayores aglomeraciones y poder vivir la experiencia con más calma. Prepárate para las colas, incluso con entrada. Una vez dentro, el ambiente es de absoluto respeto y silencio; no se permiten fotos, lo cual ayuda a mantener la solemnidad del lugar. Tómate tu tiempo, no corras. Necesitarás al menos una hora y media para absorberlo todo de verdad.
Un abrazo fuerte,
Olya from the backstreets