¿Qué haces realmente en la Ciudad Vieja de Antalya (Kaleici)? Mira, imagínate que llegas y lo primero que sientes es el aire, un poco más fresco que fuera, mientras te acercas a la Puerta de Adriano. Tus pies notan el cambio bajo las sandalias, pasando del asfalto a esas piedras milenarias. Escuchas un murmullo, el sonido de las conversaciones que se mezclan con el canto de los pájaros y, a veces, el eco de una llamada a la oración lejana. Ya dentro, el aroma a jazmín y a alguna especia que no identificas bien te envuelve. Es como cruzar un portal: de repente, estás en otro tiempo.
A medida que te adentras, el suelo empedrado te obliga a ir más despacio, sintiendo cada paso. Las calles se estrechan, y las casas de madera antigua, pintadas de colores pastel, se inclinan un poco sobre ti, con buganvillas que cuelgan de los balcones y rozan casi tu hombro. Escuchas las voces de los tenderos invitándote a mirar, suavemente, sin presionar, y de fondo, a veces, una melodía turca saliendo de alguna tienda. No intentes seguir un mapa a rajatabla; la gracia está en perderte un poco. Usa zapatos cómodos, de verdad, porque tus pies van a hacer kilómetros.
Luego, el olor a sal se hace más fuerte y el sonido del agua te guía cuesta abajo. Llegas al puerto, y el aire es diferente, más fresco y húmedo. Escuchas el suave chapoteo de las olas contra los barcos de madera, algunos de ellos viejos veleros piratas, y el chirrido ocasional de las cuerdas. Sientes la brisa marina en la cara, y el calor del sol en la piel mientras miras el azul profundo del Mediterráneo. Aquí puedes sentarte en un banco y simplemente observar, o si te apetece, preguntar por un paseo en barco de una hora; te dan una perspectiva preciosa de los acantilados.
A media mañana o a la hora de comer, los olores se intensifican. El aroma a kebab recién hecho se mezcla con el del pan horneado y el café turco. Te detienes frente a un puesto y el dulce olor a baklava recién hecho te tienta. Te recomiendo probar el *simit*, ese panecillo crujiente con sésamo, de un vendedor ambulante. Si buscas algo más contundente, busca un pequeño restaurante local en alguna de las calles secundarias, lejos de los más turísticos del puerto, y prueba un plato de albóndigas o un guiso. El sabor es auténtico, casero. Y no te vayas sin un café turco; es espeso, fuerte, y te lo sirven con un vaso de agua, perfecto para limpiar el paladar.
Explora los callejones más pequeños, los que parecen no llevar a ninguna parte. Ahí es donde a veces encuentras talleres de artesanos. Escuchas el golpear suave de un martillo, el zumbido de una máquina de coser o, simplemente, el ronroneo de un gato callejero. Puedes tocar la suavidad de las alfombras, la aspereza de la cerámica pintada a mano o el tacto frío del cobre. El olor a cuero fresco o a jabón de oliva puede sorprenderte al doblar una esquina. Si vas a comprar algo, como una lámpara de mosaico o un adorno de cerámica, no tengas miedo de negociar un poco el precio, es parte de la cultura, pero siempre con una sonrisa.
Al final del día, cuando el sol empieza a bajar, la luz cambia, tiñendo las casas de un tono dorado y anaranjado. El aire se vuelve más fresco de nuevo, y los sonidos de la gente cenando o conversando en las terrazas de los cafés flotan en el ambiente. Sientes la satisfacción de haber caminado, de haber descubierto, de haberte sumergido. Y mientras vuelves a pasar por la Puerta de Adriano, el murmullo de Kaleici se queda contigo, como el recuerdo de un sueño vívido.
Olya from the backstreets