¡Hola, viajeros! Hoy nos adentramos en un lugar que te abraza con su solemnidad y te invita a la reflexión: el Monumento Nacional a la Segunda Guerra Mundial en Washington D.C. Imagina que llegas y, de repente, una inmensidad se abre ante ti. Lo primero que sientes es la amplitud, el aire fresco en tu rostro, y quizás el suave murmullo del agua que, aunque aún lejano, ya te anuncia su presencia. Tus pies se posan sobre una superficie lisa y pulcra, de un granito claro que parece absorber el sonido, creando una atmósfera de respeto. No hay obstáculos, no hay recovecos, solo una vastedad abierta que te invita a adentrarte, a empezar tu propio recorrido.

A medida que avanzas, te das cuenta de que los caminos no son meras sendas, son guías silenciosas. Son anchos, inmaculados, y te dirigen con una suavidad casi imperceptible alrededor de la gran piscina central y sus imponentes fuentes. Caminas sobre esta superficie lisa y amplia, diseñada para que te muevas con libertad, para que levantes la vista y absorbas la grandeza de los pilares que representan cada estado y territorio. Puedes acercarte a ellos, sentir la frialdad de la piedra bajo tus dedos, el relieve de sus grabados. El sonido del agua se hace más nítido, envolviéndote, y la brisa te trae un eco lejano de las voces de otros visitantes, pero nunca rompe la sensación de paz y contemplación que el espacio te ofrece. Tus pasos son firmes y seguros, sin miedo a tropezar, permitiéndote concentrarte en lo que el memorial te quiere contar.

Estos mismos caminos te conducen, casi sin que te des cuenta, hacia los arcos monumentales que flanquean la piscina central, simbolizando los frentes del Atlántico y el Pacífico. La superficie bajo tus pies sigue siendo la misma, constante, invitándote a explorar cada detalle sin distracciones. Al pasar bajo los arcos, el sonido cambia ligeramente, se vuelve más resonante. Y es aquí donde el camino te prepara para el momento más conmovedor: la Pared de la Libertad, cubierta de miles de estrellas de oro. El diseño te lleva suavemente hacia ella, dándote espacio para detenerte, para tocar una de esas estrellas, para sentir su textura fría y lisa, y para reflexionar en silencio. Es un diseño que respeta tu experiencia emocional, que te da el espacio y el tiempo para procesar.

Si vas a visitarlo, un consejo práctico sobre el diseño: el memorial está pensado para ser recorrido a pie y es increíblemente accesible. Las superficies son uniformes y lisas en todo el recinto, perfectas para sillas de ruedas, cochecitos o simplemente para una caminata cómoda. No hay adoquines ni cambios bruscos de nivel que te puedan sorprender. Para evitar las multitudes y tener una experiencia más íntima con el espacio, intenta ir a primera hora de la mañana o al final de la tarde. Lleva calzado cómodo; aunque el camino es suave, el memorial es extenso y querrás explorarlo a tu ritmo. La navegación es intuitiva, pero hay guardaparques amables si tienes alguna pregunta.

Léa del camino

¡Hola, viajero! Si hay un lugar en Washington D.C. que te envuelve, te abraza y te pide un momento de silencio, ese es el Monumento Nacional a la Segunda Guerra Mundial. No es solo una estructura; es una experiencia que se siente con todo el cuerpo.

¿Cuándo se siente mejor? Sin duda, a finales de otoño o principios de primavera, en un día claro y soleado. Imagina esto: el aire es fresco, pero no helado, con ese ligero toque a tierra húmeda y la promesa de un día despejado. No huele a nada fuerte, solo a la limpieza del aire que te permite respirar hondo. Escuchas el murmullo constante y rítmico del agua de las fuentes, una banda sonora suave que te acompaña. El sol, aunque bajo, calienta tu rostro y tus manos, invitándote a detenerte. Puedes sentir la amplitud del espacio, cómo se abre ante ti, invitándote a caminar lentamente.

En esos momentos, las multitudes son más manejables. No hay empujones, no hay voces que se superpongan a tus pensamientos. Sientes el espacio a tu alrededor, la libertad de moverte sin prisa. Puedes extender un brazo y casi tocar el aire entre los pilares de granito que representan a cada estado y territorio, sintiendo la solidez de su presencia. El sonido de los pasos de otros visitantes se mezcla con el agua, formando un eco suave que no interrumpe tu reflexión. Si el tiempo cambia, el ambiente también lo hace. Un día nublado, sin lluvia, puede ser aún más introspectivo. El cielo gris actúa como un manto, envolviendo el memorial en una solemnidad que te invita a la introspección. La luz es uniforme, sin sombras duras, lo que permite que tus ojos se posen en los detalles de las inscripciones o en la pared de las estrellas, sintiendo el peso de cada una. En cambio, un día de lluvia, aunque menos concurrido, te empuja a buscar refugio, y el sonido de las gotas golpeando el agua o el suelo crea una melodía más melancólica, casi una lágrima del cielo.

Para que lo vivas al máximo, te doy un par de consejos prácticos, como si te los enviara por mensaje. Primero, ve temprano por la mañana, justo al amanecer, o al final de la tarde, cerca del anochecer. Es cuando menos gente hay y la luz es más suave, permitiéndote una conexión más personal. Segundo, tómate tu tiempo. No lo veas como un simple punto en tu lista. Camina despacio por cada arco, pasa la mano por el granito frío y liso, y detente frente a la "Freedom Wall" con sus 4.048 estrellas doradas. Cada estrella es un centenar de vidas perdidas. Siente la inmensidad de ese número. No te apures. Siéntate en uno de los bancos y simplemente escucha el sonido del agua. Es un lugar para sentir, no solo para ver.

¡Hasta la próxima aventura!

Max en movimiento

Cierras los ojos y, por un instante, el bullicio de D.C. se desvanece. Abres los ojos y sientes la inmensidad del espacio que te rodea en el National World War II Memorial. Imagina el sol de la tarde cayendo suavemente sobre el mármol pulido, un calor residual que se aferra a la piedra incluso cuando el aire empieza a refrescar. Escuchas el murmullo lejano de las fuentes, un sonido constante y calmante que se mezcla con el silencio respetuoso de los visitantes. No es un lugar ruidoso; es un espacio para sentir, para reflexionar, donde cada paso resuena con una historia que se siente en el pecho. Puedes pasar tus dedos por las inscripciones frías, sentir la textura de las palabras y los nombres, y, por un momento, la historia no es algo lejano, sino algo tangible bajo tu piel.

Mi abuelo siempre me contaba que, de niño, su vecino de al lado, un muchacho apenas mayor que él, se fue a la guerra y nunca regresó. Cuando visitas este lugar, especialmente el Muro de la Libertad, ves las 4.048 estrellas doradas. No son solo números; cada una de ellas representa a cien americanos que murieron. Imagina la brisa suave que a veces levanta el pelo al pasar por delante de ellas; no es solo aire, es como si el aliento de todas esas vidas aún estuviera presente. Esas brillos dorados son las historias de personas como el vecino de mi abuelo, jóvenes con sueños, con familias, que lo dieron todo. Te detienes y no puedes evitar sentir una punzada, un reconocimiento profundo de su sacrificio, que te llega hasta los huesos.

Para que tu visita sea más tranquila, intenta ir a primera hora de la mañana o al atardecer. La luz es preciosa, dibuja sombras largas que acentúan la arquitectura, y hay menos gente, lo que te permite sentir la magnitud del lugar sin distracciones. Lleva agua, sobre todo en verano, y calzado cómodo. El memorial es enorme y querrás caminar despacio, absorbiéndolo todo, sin prisas. No hay tiendas de recuerdos ni cafeterías dentro, así que prepárate para una experiencia pura de contemplación.

No te olvides de tocar los pilares que representan cada estado y territorio; sentirás la textura fría del granito bajo tus dedos, conectando con cada rincón del país que contribuyó a la guerra. Y si te acercas a las fuentes del centro, el sonido del agua cayendo es un bálsamo, un murmullo constante que te invita a la reflexión, casi como una meditación forzada por la propia grandeza del lugar. A veces, puedes oler el aroma fresco del agua en el aire, especialmente en un día cálido, una pequeña sensación que te ancla al presente mientras tu mente viaja al pasado.

Olya from the backstreets

Imagina que el bullicio de Washington D.C. se disipa poco a poco mientras te acercas a un vasto espacio abierto. De repente, el sonido del agua te envuelve, no como una cascada atronadora, sino como un murmullo constante y sereno que invita a la reflexión. Tus pies pisan un suelo firme, amplio, que te guía hacia el centro de un homenaje monumental. Aquí, en el corazón del National World War II Memorial, te sientes pequeño pero conectado a algo inmenso. Es el lugar donde la vista se abre, donde el aire parece más puro y donde, casi sin darte cuenta, tu mente empieza a trazar un círculo, buscando un punto de quietud.

Al adentrarte, la temperatura del aire puede cambiar ligeramente, una fresca brisa cruzando el espacio abierto, o el calor del sol reflejándose en el gran estanque central. Si extiendes la mano, podrías tocar la superficie lisa y fría de las columnas de granito que representan cada estado y territorio, cada una con su nombre grabado. Sientes la textura, la solidez. Escuchas el suave chapoteo de las fuentes, un ritmo hipnótico que te ancla. A tu alrededor, la amplitud del espacio es palpable, y aunque no puedas verlos, sabes que hay arcos majestuosos que se alzan, simbolizando los frentes del Atlántico y el Pacífico. La solemnidad del lugar es casi táctil, una mezcla de respeto y admiración que te envuelve por completo.

Si lo que buscas es capturar la esencia en una imagen, el lugar más natural para detenerte es justo en el centro del Memorial, frente a la gran fuente circular. Desde aquí, tienes dos vistas icónicas: mirando hacia el oeste, verás el Lincoln Memorial alzándose majestuoso al final del Reflecting Pool; y hacia el este, el obelisco del Washington Monument se eleva hacia el cielo. Para la luz, la "hora dorada" (justo después del amanecer o antes del atardecer) es mágica; el sol bajo baña el granito con tonos cálidos y crea sombras largas y dramáticas. Si quieres evitar multitudes y disfrutar de una atmósfera más íntima, ve al amanecer; tendrás el lugar casi para ti, con una luz suave y difusa. Por la noche, el memorial está bellamente iluminado, ofreciendo una perspectiva completamente diferente y muy emotiva para tus fotos.

Más allá de las fotos, ten en cuenta que el Memorial está en el corazón del National Mall. Esto significa que es un lugar de paso constante, pero su escala permite encontrar rincones de relativa tranquilidad. Si te mueves por el perímetro, notarás que las rampas son suaves y accesibles, pensadas para que todos puedan recorrerlo sin dificultad. No hay tiendas ni cafeterías dentro del memorial, así que planifica tu visita con antelación si necesitas algo. Es un espacio para la contemplación, para sentir el peso de la historia y el sacrificio. La sensación de amplitud y la conexión visual con otros monumentos clave de DC lo convierten en una parada esencial, ofreciendo una perspectiva única de la capital y su legado.

Olya from the backstreets

¡Hola, amigo! Acabo de volver de Washington D.C. y tengo que contarte del Monumento Nacional a la Segunda Guerra Mundial.

Imagina que el sol te acaricia la piel mientras te acercas a una inmensa explanada. El sonido dominante es el del agua, un murmullo constante que se eleva y cae, como un suspiro gigante, envolviéndote en una calma extraña. Sientes el aire fresco y limpio, quizá con un leve olor a humedad de las fuentes que se alzan imponentes. Tu mano roza el mármol, frío y liso, mientras caminas, notando la increíble escala del lugar. Es un espacio abierto, inmenso, donde el cielo se siente aún más grande, y aunque hay gente, el ambiente se mantiene extrañamente silencioso, casi reverente. Te sientes pequeño, pero a la vez parte de algo muy grande.

A medida que avanzas, tu mano se posa sobre los pilares de bronce, cada uno representando un estado o territorio. Puedes sentir las letras grabadas bajo tus dedos, la aspereza de los nombres, la solidez del metal. El aire se siente denso, cargado de historias no contadas. Escuchas el suave roce de los zapatos de otros visitantes sobre el pavimento liso, un murmullo respetuoso que apenas rompe el constante chapoteo del agua. Justo detrás de los pilares, te encuentras con el Muro de las Estrellas. No puedes verlas, pero cada una de esas 4.048 estrellas doradas representa cien vidas perdidas. Tu corazón se encoge al darte cuenta de la inmensidad del sacrificio. Es un nudo en la garganta que no esperas y que te acompaña en cada paso.

Mira, si vas, intenta ir temprano por la mañana o ya al atardecer. Evitas el gentío y la luz es mucho más suave, te lo juro. Está súper bien señalizado, entre el Lincoln Memorial y el Washington Monument, no tiene pérdida. Y es totalmente accesible, rampas por todos lados, puedes moverte sin problema. Lo que me gustó mucho es cómo, a pesar de su tamaño, logra que te conectes emocionalmente, es muy potente. Lo que quizás me chocó un poco es lo inmenso que es. A veces, de tan grande, puede ser un poco abrumador, ¿sabes? Y si vas en hora punta, el murmullo de la gente a veces rompe un poco la solemnidad. Pero vamos, detalles.

Lo que me dejó sin habla, y fue una sorpresa total, fue justamente la magnitud del Muro de las Estrellas. Sabes la cifra, pero sentir la presencia de ese número en el espacio, la forma en que está diseñado para impactar, es otra cosa. No te lo cuentan, lo sientes. El viento puede soplar suavemente, recordándote la inmensidad del cielo y la fragilidad de la vida. Es un lugar gratuito, no necesitas tickets, y es increíble cómo conecta con todos los otros monumentos cercanos, te invita a la reflexión profunda sobre la historia global. Te juro que es un golpe directo al corazón que te hace pensar en la paz y el futuro.

Lena del camino.

Imagina el sol de Washington D.C., cálido en tu piel, pero una brisa fresca te acaricia al caminar por el National World War II Memorial. Puedes sentir la inmensidad del espacio, los pilares de granito, cada uno un eco silencioso de un estado. Escuchas el suave murmullo del agua de las fuentes, un sonido que calma y te invita a la reflexión. Si te acercas, casi puedes oler el aroma a piedra mojada mezclado con el verde fresco del césped. Es un lugar que te abraza, te invita a tocar la historia, no solo a verla.

Caminar por este memorial es una experiencia profunda, y la extensión del National Mall puede ser un desafío para cualquiera. Pero créeme, la accesibilidad es algo que han pensado muy bien aquí. No te preocupes si necesitas un poco de ayuda para moverte, la experiencia sigue siendo igual de impactante, o incluso más, porque puedes concentrarte en la historia sin la fatiga de la distancia.

Si necesitas una silla de ruedas, el Servicio de Parques Nacionales (NPS) ofrece sillas de ruedas manuales GRATUITAS para uso en el National Mall y sus monumentos, incluido el WWII Memorial. Puedes pedirlas prestadas en la caseta de información del Memorial. Está justo al lado de la fuente principal, visible y fácil de encontrar. La disponibilidad suele ser buena, pero en días de mucha afluencia (festivos o fines de semana de primavera/verano), es mejor llegar temprano, ya que se entregan por orden de llegada y no se pueden reservar con antelación. Solo necesitas dejar una identificación como garantía, que te devuelven al regresar la silla. Es un proceso sencillo, sin papeleo complicado. Para scooters eléctricos, el NPS no los tiene disponibles directamente en el lugar; tendrías que buscar proveedores externos en Washington D.C. que los alquilen por días.

Olya de las callejuelas

Entonces, me preguntaste qué se *hace* en el Monumento Nacional a la Segunda Guerra Mundial. No es solo un lugar para ver, es para sentir. Imagina que llegas, y de repente, el sonido del tráfico se disipa. Lo primero que te envuelve es una inmensidad silenciosa. Tus pasos resuenan un poco sobre el pavimento, y puedes sentir cómo el espacio se abre frente a ti. A lo lejos, un murmullo constante: es el agua. Hay una sensación de grandeza, pero también de respeto, casi como si el aire mismo estuviera guardando silencio.

Mientras caminas, el suelo cambia de textura bajo tus pies, de una acera más rugosa a una piedra más lisa. Te encuentras entre pilares altos, casi puedes sentir el frío de la piedra pulida si pasas la mano. Cada uno representa un estado o territorio, y al tocarlos, conectas con la historia de cada rincón de un país unido. El sol, si es un día claro, calienta las superficies, y puedes percibir el aroma tenue del agua en el aire, una frescura que contrasta con la calidez de la piedra. Escuchas el murmullo de voces bajas, gente hablando en susurros, y el suave chapoteo del agua que se acerca.

Al final de ese camino de pilares, llegas a la "Muro de la Libertad". Es un muro enorme y curvo, y lo que lo hace tan impactante son las 4.048 estrellas doradas que lo cubren. Si te acercas, casi puedes sentir la textura de cada estrella, aunque estén un poco elevadas. El silencio aquí es aún más profundo; la gente se detiene, algunos se inclinan, y el aire parece cargado de reflexión. Cada estrella representa a 100 estadounidenses que murieron en la guerra. No hay necesidad de buscar una en particular, solo pararte y dejar que la magnitud de ese número te envuelva. Es un momento para respirar hondo y sentir el peso de la historia.

Justo en el centro del monumento está la "Rainbow Pool", la piscina principal. El sonido del agua es ahora prominente, un suave y constante fluir que te invita a acercarte. Puedes sentir la brisa que levanta el agua, refrescando el aire a tu alrededor, y a veces, una ligera llovizna de las fuentes más altas. Es un lugar perfecto para sentarse en uno de los bancos de piedra que lo rodean, cerrar los ojos y simplemente escuchar. Las fuentes tienen un ritmo relajante, casi hipnótico. Si buscas un momento de calma, venir temprano por la mañana o al atardecer te permitirá sentir esta serenidad sin las multitudes.

Para tu visita, ten en cuenta que el monumento está al aire libre y es muy accesible. Hay rampas y caminos anchos por todas partes, así que puedes moverte con facilidad. No hay baños directamente en el monumento, pero puedes encontrarlos en los museos cercanos del Smithsonian, a poca distancia. La visita puede durar desde 30 minutos si solo quieres sentir el ambiente general, hasta una hora o más si te tomas tu tiempo para recorrer cada pilar y reflexionar. Es un lugar para el respeto, pero también para la conexión personal con una parte crucial de la historia.

Olya from the backstreets

Cuando llegas al Monumento Nacional a la Segunda Guerra Mundial en Washington D.C., la primera sensación que te envuelve es la inmensidad. Imagina un espacio que se abre, que te invita a respirar hondo. No es un lugar ruidoso, sino un eco gigante de silencio y respeto. Puedes sentir la brisa que corre libremente, a veces trayendo consigo el aroma fresco de la hierba recién cortada de los jardines cercanos, otras veces, solo la limpieza del aire abierto. Tus pies encuentran la firmeza del granito bajo las suelas, una base sólida que te ancla en el presente mientras tus pensamientos viajan al pasado.

Y si te acercas a las fuentes, no te quedes solo con el espectáculo visual. Cierra los ojos un momento. Escucha. No es un estruendo, sino un murmullo constante del agua cayendo y reciclándose, un sonido que te envuelve, casi como un suspiro colectivo, suave y eterno. Es un ruido de fondo que la mayoría ignora, perdido entre el tamaño del monumento, pero si te detienes y lo buscas, lo encontrarás. Extiende tu mano y toca los bordes de la piedra pulida que rodea las piscinas: sentirás su frialdad, una temperatura constante que contrasta con el calor del sol o el frío del aire, recordándote la inmutabilidad del tiempo y la historia que aquí se honra.

Si piensas visitarlo, la mejor hora para ir y sentir esta paz es a primera hora de la mañana, justo después del amanecer, o al atardecer. La luz es mágica, sí, pero lo más importante es que la afluencia de gente es menor, lo que te permite sumergirte de verdad en el ambiente sin distracciones. El acceso es completamente llano desde la Avenida 17 o desde el National Mall, así que moverte por todo el perímetro es sencillo para todos. No hay entradas ni barreras, es un espacio abierto para reflexionar.

Para llegar, el metro es tu mejor aliado; las estaciones Federal Triangle o Smithsonian están a un paseo agradable y muy accesible. Lleva calzado cómodo, vas a caminar bastante, no solo por el monumento, sino por toda la zona circundante que conecta con el Lincoln Memorial y el Reflecting Pool. Y un consejo personal: aunque es un espacio abierto, considera llevar una botella de agua, especialmente en los meses cálidos. No hay muchas opciones para comprar bebidas o comida justo al lado, así que sé previsor.

¡Hasta la próxima aventura!

Olya from the backstreets

¡Hola, trotamundos! Hoy te llevo a un lugar en Washington D.C. que te tocará el alma: el Monumento Nacional a la Segunda Guerra Mundial. Imagina que estás ahí, justo en el corazón de la explanada. Sientes la amplitud del espacio, el aire fresco que a veces trae un murmullo lejano de la ciudad, pero que aquí se disuelve en una solemnidad casi palpable. El sol puede acariciarte la piel, cálido y reconfortante, o quizás sientes el frío suave de la brisa que corre entre los pilares de granito. Es un lugar para sentir, para respirar hondo y para darte cuenta de la inmensidad de la historia que te rodea.

A medida que avanzas, te guías por el sonido. Escuchas el chapoteo constante y rítmico de las fuentes, un susurro de agua que es a la vez calmante y potente, como un latido constante. Quizás percibas el eco de pasos lentos, el murmullo respetuoso de la gente. Si extiendes la mano, puedes tocar el mármol pulido de los pilares, sentir su frescura bajo tus dedos, la textura lisa y sólida que te ancla a la tierra. Luego, al pasar por los muros de estrellas doradas, puedes casi sentir el peso de cada una, la historia silenciosa y personal que representa. El aire aquí es diferente, cargado de respeto, de memoria, y te envuelve en una atmósfera de profunda reflexión.

Ahora, un par de cosas prácticas para que tu visita sea perfecta y segura. El monumento es enorme, con muchas zonas abiertas y caminos. Te recomiendo llevar calzado cómodo, de verdad, como si fueras a caminar mucho por adoquines irregulares, porque aunque el suelo es en su mayoría liso, hay cambios de nivel y algunas piedras pueden ser un poco más altas de lo que esperas. Presta atención a tus pasos, sobre todo al bajar o subir pequeños desniveles, para evitar tropiezos innecesarios.

Y hablando de seguridad, ten especial cuidado en las zonas cercanas a las fuentes y los bordes de agua. El granito pulido, especialmente si ha llovido o si hay humedad en el ambiente, puede volverse increíblemente resbaladizo. Camina con calma y con pasos firmes. Además, como en cualquier lugar turístico con mucha afluencia, mantente alerta a tu alrededor. A veces hay personas que intentan distraerte o venderte cosas de forma insistente. Lo mejor es simplemente ignorarlas y seguir tu camino, manteniendo tus pertenencias a buen recaudo. No dejes bolsos o mochilas desatendidos en ningún momento.

Para terminar, si puedes, intenta visitar el monumento temprano por la mañana o al atardecer. No solo es cuando la luz es más bonita, pintando el granito con tonos dorados o azulados, sino que también suele haber menos gente. Esto te permitirá absorber la atmósfera con más tranquilidad y sentir esa conexión especial con el lugar. Es un espacio para la contemplación, para la gratitud, y para recordar lo que la humanidad es capaz de superar.

¡Hasta la próxima aventura!

Leo en Ruta

Imagina que llegas a un espacio donde el aire, a pesar de estar en el corazón de una ciudad bulliciosa, se siente distinto. Aquí, en el National World War II Memorial, hay una quietud que te envuelve, una especie de respeto silencioso que se cuela en cada rincón. No es solo un monumento; es un lugar donde el tiempo parece ralentizarse, y la luz del sol se filtra de una manera especial sobre el agua y el bronce. Aunque no puedas ver los arcos imponentes o las estrellas doradas, puedes sentir la amplitud del espacio, la brisa suave que acaricia tu piel y el murmullo constante de las fuentes, un sonido que te invita a la reflexión.

Sí, como amante de las aves, te sorprenderá. Aunque es un memorial, la naturaleza se abre paso. Escucha bien: oirás el trino de los gorriones, claro, pero también el croar de los estorninos y, si tienes suerte, el canto de algún petirrojo americano entre los árboles cercanos. Incluso las palomas, con su arrullo grave, añaden su nota al coro urbano. Para sentirte más cerca de ellos, busca los rincones más tranquilos, quizás cerca de las fuentes gemelas o los arbustos que bordean el espacio central, donde hay menos gente y el sonido de sus alas o sus patitas revolviendo las hojas es más perceptible. Esos son tus puntos estratégicos para la observación sonora.

El mejor momento para escucharlos y verlos es a primera hora de la mañana, justo al amanecer, o al final de la tarde, antes de que el sol se ponga del todo. A esas horas, la multitud es menor, el ambiente es más sereno, y las aves están más activas buscando alimento o volviendo a sus nidos. Es cuando el sonido del agua y el viento se mezcla con sus cantos, creando una banda sonora única. Simplemente ponte de pie en un lugar tranquilo, tómate tu tiempo, y déjate llevar por los sonidos que te ofrece este espacio tan especial.

Olya from the backstreets