Imagina que estás en medio de Miraflores, Lima, y de repente, entre edificios modernos, te topas con una mole de adobe que te transporta mil años atrás. Huaca Pucllana no es solo una ruina; es un corazón que sigue latiendo. Cuando entras, sientes el aire cambiar, un poco más denso, quizás con un leve olor a tierra seca bajo el sol. Escuchas el murmullo de la ciudad que se desvanece y, a cambio, un silencio antiguo empieza a envolverte. Tu piel percibe el calor del sol limeño, suave por la mañana, y la brisa te acaricia mientras te acercas a la base de la pirámide. Es imponente, sus muros escalonados se alzan como una montaña de historia. Para empezar, lo primero es saber que la entrada siempre es con guía. No hay otra forma de recorrerla, y eso es una ventaja enorme, porque son ellos quienes le dan vida a cada rincón. Te sugiero ir a primera hora de la mañana, justo cuando abren (normalmente 9 AM), para evitar el calor fuerte del mediodía y las aglomeraciones. La taquilla está justo al lado de la entrada principal.
Tu guía empieza a contarte historias y, a medida que avanzas por los senderos de tierra compactada, sientes el ligero esfuerzo al subir las primeras rampas. Tus manos, si las extiendes, casi podrían rozar los adobes que forman esos muros, dispuestos de una manera tan particular que parecen libros apilados, una técnica de construcción que los Wari usaban para hacerla resistente a los sismos. Sientes la textura áspera y cálida de la tierra cocida por el sol. El aire, a cada paso que subes, se siente más abierto, y el sonido del viento, antes mezclado con la ciudad, ahora es más claro, casi un susurro antiguo. Lleva calzado cómodo, de esos que aguantan caminatas por senderos irregulares, aunque son bien mantenidos. Unas zapatillas son perfectas. Y no olvides una botella de agua y protector solar, porque aunque haya sombras, gran parte del recorrido es a cielo abierto.
Al llegar a las plataformas superiores, la perspectiva cambia por completo. Sientes cómo el viento es más fuerte aquí arriba, trayendo consigo el eco de las ceremonias que se realizaban hace siglos. Imagina el sonido de los tambores, los cánticos, el aroma del incienso o de las ofrendas quemadas que flotaban en este mismo aire. Tu cuerpo percibe la inmensidad del lugar, y te das cuenta de lo pequeños que somos frente a esta historia milenaria. Los pozos ceremoniales, con sus formas circulares o rectangales, te hacen sentir la gravedad de los rituales, los sacrificios de llamas o cuyes que se hacían en honor a sus dioses. Aquí arriba, tu guía te señalará los puntos clave, como la "Pirámide Mayor" o los patios ceremoniales. Presta mucha atención a sus explicaciones sobre la cosmovisión Wari y la importancia de los sacrificios; es el corazón de la visita. Este tramo es donde más tiempo te detendrás para absorber la información y las vistas.
Luego, el camino te lleva por zonas que fueron residenciales, donde la gente vivía y trabajaba. Imagina las voces de los niños, el bullicio de la vida diaria, el olor a comida cocinándose en fogones. Aunque ahora solo queden los cimientos de adobe, tu mente puede reconstruir esas escenas. Sientes cómo el suelo cambia ligeramente bajo tus pies, quizás de una zona más compactada a otra con algo más de grava, marcando los distintos usos del espacio. La sombra de los muros te ofrece un respiro del sol, y el silencio, por momentos, te permite escuchar solo tu propia respiración, como si fueras el único habitante de este lugar en ese instante. La bajada es gradual y bien señalizada. Verás los restos de lo que fueron talleres textiles y zonas de almacenamiento. Es un buen momento para preguntar a tu guía sobre la vida cotidiana de los habitantes de Huaca Pucllana. No te preocupes por la accesibilidad, las rampas son suaves, aunque hay algunas escaleras cortas en ciertos puntos.
Finalmente, el recorrido te lleva hacia el pequeño museo de sitio. Aquí, la experiencia se vuelve más íntima. Sientes la frescura del interior, un alivio del calor exterior. Tus manos, aunque no puedan tocar, casi pueden sentir la superficie de las vasijas de cerámica, los textiles con sus intrincados diseños, los restos óseos que te conectan directamente con aquellos que habitaron este lugar. Es como si todas las historias que escuchaste afuera cobraran forma tangible. Te invade una sensación de asombro y respeto por una cultura tan avanzada. El museo es el final perfecto para la visita. No es muy grande, pero las piezas están muy bien expuestas y contextualizadas. Guárdalo para el final, porque es donde se atan todos los cabos sueltos de lo que viste en la pirámide. No te lo saltes, es la cereza del pastel y te tomará unos 20-30 minutos adicionales.
Si planeara esto para un amigo, te diría: llega puntual para la primera o segunda visita guiada del día. Empieza por la entrada principal, sigue el recorrido ascendente con tu guía, absorbiendo cada detalle de las plataformas ceremoniales y las vistas. No te saltes el tramo donde te explican la técnica constructiva de los adobes 'libro', es fascinante. Lo que sí puedes 'skipear' si andas muy justo de tiempo, es el restaurante que está justo al lado (aunque es bueno, no es parte de la experiencia arqueológica en sí). Guarda el museo de sitio para el final; es la mejor manera de cerrar el círculo y entenderlo todo con los objetos que recuperaron. La ruta es un circuito sencillo, siempre guiado, así que no hay forma de perderse. Te tomará en total, incluyendo el museo, entre 1 hora y 15 minutos a 1 hora y media. ¡Disfrútalo!
Léa from the road