Si le tuviera que guiar a un amigo por Mi Pueblito en Ciudad de Panamá, lo primero que haría sería decirte: "Prepárate para un viaje en el tiempo sin salir de la ciudad." Cuando llegues, no te apresures. Al entrar, te recomiendo ir directo a la sección Colonial. Imagina que el asfalto se convierte en adoquines bajo tus pies y el ruido de la ciudad se suaviza. Percibes el olor a piedra antigua calentada por el sol, quizás un ligero aroma a humedad y a tierra. Es como si el aire mismo se volviera más denso, más tranquilo. Empieza tu recorrido por la plaza central, la que tiene la iglesia y las casas de colores pastel. Siente la textura de las paredes, la frescura de la sombra bajo los aleros. Observa los detalles en las ventanas y balcones; cada uno tiene una historia.
Mientras caminas por la sección Colonial, deja que tus pasos resuenen en las calles empedradas. Escuchas el eco de tus propios pasos, quizás el canto de algún pájaro o el murmullo de voces lejanas. No hay prisa aquí. Puedes tocar las paredes rugosas, sentir la historia en tus dedos. Verás la pequeña iglesia, y aunque no sea majestuosa, su simplicidad es conmovedora. Es el tipo de lugar donde te sientas en un banco y el tiempo parece detenerse. Desde aquí, te guiaría hacia la transición, buscando el camino que te lleva a un mundo completamente diferente.
Ahora, prepárate para un estallido de energía y color: la sección Afroantillana. Es como si hubieras cruzado una frontera invisible. De repente, el aire vibra con ritmos de calipso o soca, aunque a veces solo sea el recuerdo de ellos. El olor a especias, a coco y a pescado frito te envuelve. Las casas son de madera, pintadas en azules eléctricos, amarillos vibrantes, verdes intensos. Puedes casi sentir la calidez del sol caribeño en tu piel, incluso si el día está nublado. Busca los murales que cuentan historias de la cultura, y si hay algún puesto de comida, no dudes en probar un *patacón* con pescado o un *saus* (cerdo encurtido). Es un festín para los sentidos.
Después del bullicio afroantillano, te llevaría a la sección Interiorana, la de la vida rural panameña. Aquí el ambiente cambia de nuevo. El sonido es más suave, quizás el tintineo de una campana lejana o el murmullo de un arroyo. El olor es más terroso, a madera, a campo. Las casas son de quincha y teja, más rústicas, evocando la vida en el campo. Sientes la frescura del barro y la paja en el aire. Es el lugar perfecto para ver a los artesanos trabajando, si tienes suerte. Puedes tocar las texturas de las jícaras grabadas, las cestas tejidas o los sombreros pintados. Es una inmersión en la tranquilidad y la autenticidad del interior del país, un contraste perfecto con las dos secciones anteriores.
Sobre qué "saltarse" o dónde no detenerse mucho, te diría que, al ser un lugar tan compacto, no hay mucho que "saltar" realmente. Sin embargo, si el tiempo es limitado, no te demores demasiado en las tiendas de souvenirs genéricas que no ofrecen artesanía local auténtica. Mi consejo es que te centres en las réplicas de las casas, los elementos culturales y, si hay, las demostraciones en vivo. Para el final, guarda un momento de calma. Busca una de las banquitas en la sección Colonial, o si encuentras un puesto de *raspa'o* (hielo raspado con sirope y leche condensada), cómprate uno y siéntate a disfrutarlo. Es la forma perfecta de procesar todo lo que has visto, oído y sentido, un dulce final para tu viaje por Mi Pueblito.
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