Panamá. Solo con escuchar su nombre, ya me viene el sabor a Caribe y a historia mezclado con modernidad. Pero no es solo lo que ves en las postales. Te invito a sentirla conmigo, a caminarla como si la tuvieras bajo tus pies, incluso si solo la imaginas.
Imagina el Casco Antiguo. El sol de la mañana ya calienta el aire, pero aún sientes la brisa salada que viene del mar cercano. Caminas por calles empedradas, irregulares, que te obligan a prestar atención a cada paso, a sentir la historia bajo tus pies. ¿Lo notas? Ese aroma dulce y fuerte que flota en el aire es el café recién tostado que sale de alguna de las pequeñas cafeterías. Luego, se mezcla con el olor a frituras, a plátano maduro cocinándose en algún puesto callejero. Escucha. Oyes el murmullo de las voces, el ritmo de una salsa suave que escapa de un balcón, el lejano y constante sonido de las olas rompiendo contra el malecón. Si extiendes la mano, puedes tocar la piedra antigua de las fachadas, sentir la textura rugosa y fresca, la huella del tiempo en cada grieta.
Para moverte por el Casco, lo mejor es a pie. Es pequeño y así no te pierdes ni un detalle. Ve por la mañana temprano, justo cuando abren los negocios, para evitar el calor más fuerte y la multitud. Por la noche, el ambiente cambia, se llena de vida con la música en vivo y la gente cenando en las plazas. Es seguro, pero como en cualquier ciudad, estate atento a tus pertenencias. Para comer algo rápido y auténtico, busca los "fondas" o pequeños restaurantes locales; el sancocho o un buen ceviche son imperdibles.
A lo largo del Casco, llegarás al Palacio de las Garzas. No es solo el hogar del presidente, es el corazón que ha visto latir a Panamá por décadas. Mi abuela, que ya tiene sus buenos años, me contaba que cuando ella era niña, durante épocas difíciles, la gente se paraba frente a esas rejas. No a protestar, sino a escuchar. Decían que a veces, en los momentos clave para el país, se veía al presidente caminar por los balcones, y su sola presencia daba una especie de calma. Como si el espíritu de Panamá estuviera ahí, en ese edificio, respirando con la gente. Mi abuela decía que cada vez que el país pasaba por un momento de cambio, era como si las garzas del palacio, esas aves majestuosas que le dan nombre, levantaran el vuelo, recordándole a todos que Panamá siempre sigue adelante.
Ahora, cambiemos de escenario. Imagina que el viento se vuelve más fuerte, más fresco. Estás en el Amador Causeway, esa franja de tierra que se adentra en el Pacífico, hecha con la roca excavada del Canal. Sientes la brisa salada en tu cara, el sol en tu piel, y el espacio abierto a tu alrededor te da una sensación de libertad inmensa. A un lado, el perfil de la ciudad con sus rascacielos brillando; al otro, las islas de Taboga y Flamenco. Aquí puedes alquilar una bicicleta y sentir el viento mientras pedaleas, o simplemente caminar y respirar el aire marino. Es perfecto para desconectar del bullicio de la ciudad y disfrutar de un atardecer espectacular sobre el agua.
Y por supuesto, no puedes irte sin ver el Canal de Panamá. Ve a las Esclusas de Miraflores. Llega temprano, idealmente antes de las 9:00 a.m. o después de las 2:00 p.m., para ver el paso de los barcos más grandes. Escucharás el rugido del agua mientras las compuertas se abren y cierran, el chirrido de las locomotoras que guían a los barcos. Es una orquesta de hierro y agua. Aunque no lo toques, sientes la vibración de la ingeniería, la magnitud de lo que el ser humano es capaz de construir. Es impresionante ver cómo un barco de miles de toneladas se eleva o desciende lentamente, casi en silencio, como si estuviera flotando en el aire.
Un abrazo desde el camino,
Léa desde la carretera